martes, 14 de octubre de 2008

Angustia bajo la lluvia

¿Hay algo más triste en el mundo
Que un tren inmóvil en la lluvia?

Pablo Neruda

El profundo silencio sonó como una campanada en su cabeza. Despertó asustado. Abrió los ojos, miró a su alrededor: el vagón estaba vacío, afuera caía una ligera llovizna y el tren permanecía detenido.

Ricardo, confundido, trató de recordar. La noche anterior tomó el tren con destino a Tucumán, nadie había ido a despedirlo. Se extendió en la butaca mientras el resto del bullicioso pasaje acomodaba los bolsos y valijas, despidiéndose de familiares y amigos y conversando a los gritos por la excitación de la partida. Varios chicos correteaban por el pasillo esquivando al guarda que repartía mantas y pequeñas almohadas.

Se durmió enseguida, agotado por las horas vividas esa tarde. Había roto con su pareja después de cinco años de convivencia. Julieta había sido su gran amor pero la relación se había deteriorado últimamente. Él se quedó sin trabajo. Cada vez discutían más, a veces sin motivo, y finalmente decidieron separarse por un tiempo para poder reflexionar y reencontrarse, si fuera posible. En Tucumán vivían sus padres y lo estaban esperando. ¡Pobre Julieta -pensó-, debe estar sufriendo tanto como yo!

Miró por la ventanilla, observó una enorme extensión de campo seco, en parte quemado. No se veía ganado ni plantaciones. Caminó por el pasillo, pasó al otro vagón y no encontró a nadie, sólo algunas mantas desparramadas en los asientos. Empezó a llover y a su tristeza se sumó un sentimiento de temor por la extraña situación.

Recorrió toda la extensión del tren en la búsqueda de un guarda o alguien para averiguar qué había sucedido. ¿Por qué tanta soledad? Empezó a sentir frío, se envolvió en una manta y se acurrucó en su asiento. Escuchaba voces y gritos. ¿De dónde venían?

Volvió a despertarse, alguien le estaba sacudiendo el hombro. Entreabrió los párpados y la anciana, junto a él, gritaba:

- ¡Despierte, rápido, vienen a buscarnos, nos van a matar!

Todo su cuerpo se puso tenso en actitud de defensa. ¿Qué estaba diciendo y quién era esta desequilibrada? Miró a lo largo del pasillo, nadie; afuera llovía torrencialmente; no se veía ningún peligro. La vieja seguía insistiendo:

- Ya están aquí, escóndase, mataron a todos y ahora vienen por nosotros. Escapó, ayudada por su bastón, hacia la delantera del tren y desapareció.

Ricardo miró por la ventanilla nuevamente: emergiendo de la violenta lluvia una muchedumbre armada con palos (¿fusiles, escopetas?) se acercaba.

Su primera reacción fue huir ¿pero adonde? Se arrojó al suelo para no ser visto, se refugió bajo el asiento y se tapó con la manta. Oía murmullos, gritos, arrastrar de pies.

Transcurrió media hora, no se percibía ningún sonido, se animó a asomarse y la multitud no estaba. Había dejado de llover. Asustado resolvió bajar del tren para investigar. Su corazón latía muy fuerte. Caminó, saltando charcos, a lo largo de la vía hasta llegar a la locomotora. Unos metros más adelante emergía un enorme caserón. Siguió avanzando.

A mitad de camino escuchó aullidos y ladridos. Apareció una manada de perros salvajes acercándose con intención de atacarlo. Inició una carrera para alcanzar la casa y refugiarse. Su miedo iba en aumento hasta convertirse en terror. Aceleró la marcha, escuchaba los jadeos cada vez más próximos.

Llegó a la casona, la puerta estaba abierta, entró y la trancó. Se veía abandonada y vacía. La jauría había desaparecido. Se preguntó, muy angustiado, qué hacía allí. No debió viajar, cada vez extrañaba más a Julieta.

De pronto, en medio del gran living, vio avanzar algunos perros, lo atropellaron, cayó estrepitosamente al suelo y el jefe de la jauría saltó sobre él.

La gente empezaba a levantarse de sus asientos y acomodaban las mantas y las almohadas. Vio entrar al guarda, sonriente, saludando a los pasajeros. El tren se había detenido en una estación intermedia. Faltaba poco para llegar a Tucumán.

Todavía atormentado recapacitó: a la noche hablaría con Julieta por teléfono para revelarle cuanto la amaba. Después tomaría el primer tren de regreso a Buenos Aires.

Guillermo Gerardi

1 comentario:

Griselda dijo...

Don Guille

Saludos!!