martes, 14 de octubre de 2008

Celos

- Querido, pensé en vos todo el día... ¡No te imaginas cuanto te deseo!

- Yo también, Cecilia, esperaba anhelante la hora de vernos.

- Martín, estoy cansada de encontrarnos a escondidas, debemos buscar una solución. Mi marido nos va a descubrir y el escándalo será mayúsculo.

- Estuve pensando en eso, no creo que tu esposo esté dispuesto a darte el divorcio. No soportaría compartir sus bienes contigo, sobre todo si se entera de tu infidelidad. Debemos adoptar una solución drástica.

- ¿En qué estás pensando?    

- Y… no sé… quizá en hacerlo desaparecer…

El diálogo continuó unos minutos más, finalmente apagó el grabador.

 

Ramón sospechaba desde hacía tiempo. Toda la semana visitando clientes en las provincias para proporcionarle una vida de lujo y la muy zorra lo engañaba. Cuando regresaba los viernes a la noche lo recibía amorosa con una sonrisa:

- Querido te estaba esperando, te extrañé toda la semana…

- Si, yo también, no veía la hora de estar de vuelta en casa-, mintió. ¡Pero la hipócrita se reía a sus espaldas!

Cecilia le comentaba que a veces se sentía muy sola. Tenían una casa lujosa, con pileta, cancha de tenis y un enorme jardín. Y Ramón había puesto a su disposición una mucama y un jardinero. ¡Y por supuesto él, imbécil y cornudo, corría con todos los gastos!

Hasta ese momento no había descubierto algo como para acusar a su mujer, aunque los celos lo torturaban y permaneció pendiente de cada uno de sus gestos. La interrogaba sobre sus actividades durante la semana y nunca quedaba satisfecho. Pero trababa de disimular, necesitaba pruebas.

Un detective especializado en seguimientos le recomendó la instalación de un equipo Receptor-Espía en el sótano con micrófonos inalámbricos en el dormitorio. El aparato se activa por voz y registra en cinta magnética las conversaciones.

Ramón no detectó nada raro en las grabaciones telefónicas: Cecilia hablaba con sus amigas y con su madre, realizaba pedidos al supermercado y atendía las llamadas de él durante la semana. Hasta ahí nada sospechoso. Pero, siempre a la misma hora de la tarde, aparecía ese siniestro Martín, conversaban en el dormitorio (¡desnudos en su propio lecho conyugal! - imaginaba) hasta que el diálogo se interrumpía y Ramón no se animaba a conjeturar que estaría sucediendo en el cuarto. ¡Y ellos maquinando deshacerse de él!

Elaboró un plan para pescarlos in fraganti. Adelantaría su viaje, regresaría el viernes a mediodía, entraría al sótano sin que lo vieran y esperaría la llegada del amante. Cuando estuvieran en el dormitorio subiría armado con un revolver y les obligaría a confesar. De solo pensarlo se regocijaba. Luego iniciaría el juicio de divorcio, con pruebas de la infidelidad.

Ese viernes dejó su auto estacionado a dos cuadras, caminó hasta la casa y, por una puerta lateral, entró al sótano. Esperó, se activó el grabador y escuchó:

- ¡Mi amor!

- ¡Querida!

- ¡Qué felicidad volver a encontrarnos! Tenemos que apurar nuestro plan, me estuvo interrogando…

Ramón tomó el revolver y subió al dormitorio. ¡Ya se iban a enterar quien era él! Abrió bruscamente la puerta y entró apuntando. Estupefacto encontró a su esposa en pijama, sola y acostada mirando la telenovela.

Escuchó la voz de Martín:

- Contraté un sicario. La próxima semana lo hará desaparecer. Creerán que fue un accidente y nadie sospechará…

 Guillermo Gerardi

No hay comentarios: