sábado, 15 de diciembre de 2007

Cuento: Volar

Salté la zanja y me elevé en el aire. Flotaba, y si movía mis brazos me desplazaba lentamente. No me causó sorpresa: estaba volando. No lo había intentado antes pero sabía que iba a poder hacerlo.
Ante mí se extendía la enorme reserva ecológica donde habitualmente caminaba y practicaba gimnasia. Empecé a subir por sobre los árboles, vi a mi izquierda el puente que cruzaba el canal y permitía llegar al arroyo Martín y, como pequeños insectos, a la gente que lo transitaba. Más allá, observé los meandros del arroyo colmado de plantas acuáticas, garzas y otras variedades de aves.
Me sentía muy seguro al flotar ingrávido y ahora podía moverme con más facilidad hacia delante y girar a los costados. Descubrí, con sorpresa, que ya no necesitaba agitar brazos y piernas para desplazarme, bastaba sólo con dar la orden mentalmente y mi cuerpo respondía en el acto.
Abrí los brazos como para planear y empecé a volar cada vez más rápido. Miraba a ambos lados y reconocía las vías del tren, el camino con los autos que se desplazaban y, a lo lejos, las aguas del Río de la Plata. A mi alrededor zigzagueaban barriletes de colores sostenidos por chicos que apenas se veían, allí en tierra.
De pronto escuché: ¡Guille, qué hacés ahí arriba, bajá! Era mi profesor de gimnasia, que junto a mis compañeros me miraban volar, algunos sorprendidos y otros tentados de risa ante tal insólita visión.
Por el grito perdí el control y no supe qué hacer. Me llevé por delante uno de los barriletes, me enredé en el hilo y empecé a caer. Cada vez más rápido me acercaba a la tierra. Finalmente, golpeé contra el pasto y me desvanecí.


Guillermo Gerardi