lunes, 13 de octubre de 2008

Seducción de verano

El silencio de la noche fue interrumpido por una música familiar. Rocío despertó intranquila. Tanteó el mármol de la mesa de luz y no halló la perilla del velador. Reconoció el sonido: era la señal de su celular. Movió la mano hasta encontrarlo. ¿Quién llamaría a esta hora?      

El día anterior Manuel la había invitado a pasar un día de playa al pie de los acantilados más allá del faro. Amigos de la adolescencia, se conocían del colegio. En ese momento estaba sola, en un departamento del centro de la ciudad, aburrida, un poco melancólica. Aceptó el convite con cierta culpa pues imaginaba sus intenciones. Por otra parte se sintió halagada, reconocida y deseada.

A media mañana la pasó a buscar en su convertible con todos los elementos para disfrutar un día de playa: sombrilla, heladera con bebidas y una canasta con viandas. El aire templado y el sol brillando en un cielo sin nubes, prometían una jornada magnífica. Rocío, con sus largos cabellos al viento, se sentía plena, mientras él, manejando sin apuro, la miraba, cada tanto, fascinado. Fueron dejando atrás diversas playas, poco concurridas aún por la hora tan temprana.

Después de cruzar el faro continuaron unos kilómetros hasta un lugar solitario donde estacionar. Cargaron los implementos y bajaron por un sendero empinado. Se refugiaron lejos del mar, cerca del acantilado, protegidos del viento por unos arbustos.

Se quitaron la ropa: ella quedó en bikini y él en sunga. Se observaron entre sonrisas y se aprobaron mutuamente.

Rocío se tendió para tomar sol y él se dirigió a la orilla a observar el estado del mar. Miró a su alrededor la playa solitaria. Caminó dejándose mojar los pies por las mansas olas que rompían suavemente en la arena. El agua estaba tibia. Después de un largo rato decidió regresar para invitarla a bañarse.

Estaba acostada sobre una toalla, desnuda y con el cuerpo reluciente de crema. Nunca la había visto así, boca abajo, exhibiéndose en toda su belleza. Ella giró la cabeza y sonrió. ¿Cómo está el agua? preguntó, y sin esperar respuesta aclaró: No hay muchas oportunidades de tomar sol desnuda. En Brasil y en las Baleares concurrí a playas nudistas. ¿Te molesta?

Manuel la conocía como muy liberal pero no hubiera imaginado que se atreviera a tanto. Sonrió aprobando la iniciativa. ¿Me desnudo?, se preguntó. Especuló: ahora no es conveniente. Recién lo haría cuando se sumergieran en el mar.

Se recostó junto a ella, tomaron sol y conversaron. Recordaron épocas de estudiantes y rieron con nostalgia contándose anécdotas. Habían sido buenos amigos. En medio de la agradable charla no reparaban en lo insólito de la situación: ella desnuda y él en sunga se comportaban como adolescentes.

Rocío giró sobre la toalla con los ojos cerrados y su cuerpo quedó expuesto al sol. Manuel espió sus pechos perfectos, su abdomen plano y más abajo su pubis cubierto de vello. No se animó a tocarla, ni siquiera a insinuar una broma.

Durante largo rato permanecieron en silencio. La playa seguía desierta. A mediodía ella se levantó, se puso la bikini y le propuso comer algo.

Más tarde se encaminaron en malla hasta la orilla y se sumergieron en el mar. Manuel intentó abrazarla pero Rocío graciosamente lo esquivó y le arrojó agua a la cara. Durante largo rato disfrutaron del baño, haciéndose bromas y jugando con las olas.

Cuando empezó a oscurecer se vistieron, recogieron el equipaje y regresaron. La invitó a su casa a darse una ducha, cambiarse y tomar algo. Roció aceptó.

Esa noche hicieron el amor con pasión. Luego ella se sumergió en un profundo sueño. 

Atendió su celular. Del otro lado sonó una voz excitada:

-¡Señora Wenner! ¿Rocío Wenner?

-¿Si?

-La llamo de la Policía Caminera. Ha habido un accidente en la ruta y uno de los heridos es su esposo, Eric. Debe venir de inmediato, él la reclama.

Sintió el cielo derrumbarse sobre su cabeza. Con su marido, durante las vacaciones se veían sólo los fines de semana. Pero esta vez se había adelantado un día.

Empezó a llorar y gemir en un ataque de miedo. La culpa la invadió. Manuel se despertó alarmado, encendió la luz y preguntó. Del otro lado del teléfono la voz insistía:

-Está internado en la clínica “Cruz Azul”, venga lo más rápido posible.

Balbuceó unas palabras, iría ya y cortó. Miró a Manuel con odio: ¡No debía haber aceptado tu invitación, me sedujiste y me engañaste! Se sentía mal, tenía ganas de vomitar. Pero ahora lo necesitaba. Le contó lo sucedido y le pidió que la llevara.

Anduvieron unos kilómetros en silencio hasta llegar. Rocío entró rauda hasta el mostrador de la guardia. Manuel la seguía dócil sin comprender: ¿Qué pasaba? Anoche se había comportado como una amante ardiente y ahora lo trataba con frialdad.

Los acompañó un médico. No les permitieron ingresar a terapia intensiva. Observaron a Eric de lejos y a través de un vidrio: entubado, con un brazo y una pierna enyesados y sin conocimiento. El pronóstico no era muy optimista, había que esperar cuarenta y ocho horas.

La pareja permaneció en la sala de espera hasta la madrugada. Ella, entre sollozos, le reveló que el suyo había sido un matrimonio feliz, con Eric se querían mucho y se sentía culpable por haberlo traicionado. Manuel intentó abrazarla y murmuró algunas frases de afecto, pero ella lo rechazó: lo del día anterior había sido un tremendo error y él no debía haber actuado así.

La llevó a su departamento, intentó entrar pero Rocío lo despidió de mala manera y le cerró la puerta en la cara.

A mediodía avisaron de la clínica: Eric había fallecido. 

Guillermo Gerardi

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