lunes, 13 de octubre de 2008

Homenaje

La filosofía es un silencioso diálogo del

alma consigo misma en torno al ser.

Platón 

El celador entró bruscamente al aula y nos hizo callar con gestos ampulosos: se acercaba el nuevo profesor de Filosofía de sexto año. Alto, con barbilla y anteojos, entró y observó nuestros rostros con mirada curiosa. Saludó con una semisonrisa y todos respondimos. En ese momento no sospeché la influencia que nos dejaría su enseñanza. Tiempo después nos enteramos de su “medalla de oro” en mérito a su sobresaliente carrera en la Universidad de Buenos Aires. Era brillante.

Comenzó definiendo la filosofía: es la "Ciencia de las ciencias", pues permite la crítica rigurosa y sistemática del conocimiento y los saberes -incluida la propia filosofía. Nos atrapó con su exposición y cada semana esperábamos los encuentros con expectativa.

Nadie hubiese imaginado el drama personal que le tocaría vivir ni la tragedia que se abatiría sobre nuestro país. Él nos ayudó a pensar y abrió nuestras mentes juveniles.

Nos propuso leer el libro VII de la República de Platón comenzando con la exposición del conocido mito de la caverna, utilizado por el autor como alegoría del hombre frente al conocimiento,

 En la clase siguiente nos preguntó quién había leído el mito y Zamudio desde el fondo del aula, desesperado, agitaba su mano. Pasó al frente. Era el rebelde del grupo, discutía con los profesores (en realidad, discutía con todo el mundo) sin demasiadas bases para fundamentar su punto de vista. Había leído dos veces lo de la Caverna y no había entendido nada. Le parecía ridículo acudir a fuentes y autores tan arcaicos. Así siguió, insolente, por un rato.

El profesor escuchó con atención, refutó alguna de sus afirmaciones y finalmente lo detuvo: Cuando uno se golpea la cabeza con un libro y suena a hueco, le dijo, no siempre el responsable es el libro; y le sugirió leer otras obras de Platón. Terminaron en excelentes relaciones y nuestro compañero se convirtió en el más aplicado del grupo.

Platón describe una caverna en la cual permanecen desde el nacimiento unos hombres aprisionados por cadenas que les sujetan el cuello y las piernas, de forma tal que únicamente logran mirar hacia la pared del fondo de la cueva sin poder escapar. Detrás de ellos se encuentra un muro con un pasillo, luego una hoguera y la entrada de la cueva que da hacia el mundo, a la naturaleza. Por el pasillo del muro circulan hombres llevando figuras de personas y animales, cuyas sombras, gracias a la iluminación de la hoguera, se proyectan en la pared que miran los prisioneros.

Esas sombras son las apariencias, lo que captamos a través de los sentidos y creemos es real (región sensible). El mundo que está fuera de la caverna y que los prisioneros no ven, es el mundo de las ideas, en el cual, la máxima idea, la idea del Bien (o la Verdad), es el sol. Uno de los prisioneros logra liberarse de sus ataduras y consigue salir de la caverna conociendo así el mundo real. Este prisionero ya liberado es el que deberá guiar a los demás hacia ese mundo. Es el símbolo del filósofo.

Cuando nos recibimos de bachilleres el profesor se acercó a despedirnos, felicitó a cada uno y ésa fue la última vez que lo vimos.

He seguido reflexionando acerca del mito. Creo que habla del retraso mental sufrido por una persona al desarrollarse en un ambiente con pobre estimulación, con “orejeras” y en donde sólo se le han enseñado ciertas creencias monolíticas.  Ha sido limitado en ellas desde la infancia, sin posibilidad de crecer en un entorno rico y plural. Y cualquier persona manipulada en las ideas de la cultura o de la religión del lugar donde ha nacido y crecido y en la que no existe pluralidad ideológica, se convierte en un prisionero, encadenado en la caverna, condicionado mentalmente.

Nos ha pasado a muchos que hemos sido forzados a aprender una religión desde muy niños sin posibilidad de elección e influenciados por la educación familiar o social, algunas veces autoritaria y esquemática. Los niños actuales reciben un gran influjo de la televisión, de la publicidad, de la radio, de los mitos del cine, de la violencia cotidiana (¿Crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?).

Cuando una persona viaja, sale de su prisión, de su pequeño y cerrado mundo de ideas, lee libros prohibidos, ve películas "dañinas", conoce costumbres "perniciosas" (mira el sol), tiene sus estructuras cognoscitivas esclerotizadas (a causa del encandilamiento no percibe nada) y no es capaz de admitir ni entender las nuevas ideas (no ve la realidad, y el sol le daña la vista). Si un librepensador intenta hacerle ver otra realidad, pretende modificar su pensamiento, le dice que sus creencias son mitos y que está muriendo y luchando por ideales falsos, no serviría de nada. Las palabras del racionalista lo ofenden hasta el punto de querer atacarlo, ya que siente que lo hostiga o lo insulta.

Las personas que han sufrido un condicionamiento desde la infancia difícilmente cambien de ideas cuando “salen” y son expuestas a otras. Y sólo se conseguirá modificar las creencias de cualquiera que haya estado en una caverna (ya sea fanático del nacionalismo, del Opus Dei o del Islam), mediante un intenso aprendizaje que neutralice sus fuertes creencias, registradas en la conciencia.

Cuando cavilo sobre estas complejidades vuelve a mi mente el recuerdo del maestro.

Un hecho trágico ocurrido mucho tiempo después cerca de mi hogar, me trajo noticias de él. Había continuado su destacada carrera en la universidad, siendo designado Decano y luego Rector. Tres días antes del golpe de estado de 1976 un grupo de tareas fue a buscarlo a su casa donde vivía con su familia. Él no estaba. Su hijo salió a enfrentar a la patota, recibió un balazo y cayó muerto en la vereda. La esposa, la suegra y la mucama fueron encerradas en el baño, los sicarios prendieron fuego a la vivienda y huyeron. Los vecinos salvaron a las tres mujeres y el chalet se quemó. Mi profesor logró exiliarse en Ecuador con su familia. Allí continuó su brillante carrera.

Regresó a la Argentina casi veinte años después -ya en el período democrático- con su salud muy deteriorada y falleció poco después.

Guillermo Gerardi

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