lunes, 26 de mayo de 2008

Cuento: ¡No juegues con fuego!

A Luciana Phère sus amigos la conocían como Lucy, y los clientes, que acudían a su consultorio buscando ayuda espiritual: como Madame Lucy. Su acento afrancesado le otorgaba un toque interesante y exótico. Tiraba las cartas del tarot, era vidente y astróloga, o por lo menos eso es lo que ella publicitaba en el diario.
Solía reunirse algunas noches, especialmente las de luna llena, con su novio y un matrimonio amigo a practicar la Ouija. Sobre una mesa circular colocaban una copa y el tablero con el abecedario y los números. Sabían que no era un juego, escondía mucho más de lo que parecía al principio. Empezaban el ritual con “¿Hay alguien ahí?”. Habían logrado comunicar con seres del más allá, y a veces suspendían temerosos ante lo desconocido. El verdadero peligro era el contacto con seres de bajas vibraciones, como espíritus burlones, pequeños demonios, poltergeists.
Lucy atesoraba una nutrida biblioteca sobre brujería, magia (blanca, roja y negra), hechicería y ocultismo. Un librero amigo la proveía de novedades.
Esa tarde decidió verlo. Entró al local, lo saludó y se dirigió directamente a las semiocultas estanterías del fondo donde se guardaban los libros más extraños.
No sabía exactamente qué buscaba, quería algo nuevo y fantástico. En el estante más alto le llamó la atención un pequeño libro que sobresalía. Subió la escalerilla y lo tomó entre sus manos. De pronto un fuerte pinchazo hirió su palma izquierda. Lo soltó y el ejemplar cayó ruidosamente. De su mano goteaba sangre. Pensó que había sido un accidente. Bajó, levantó el libro y empezó a examinarlo. Parecía muy antiguo. Estaba ajado como si hubiese sido leído y consultado muchas veces. Sus márgenes tenían anotaciones en lápiz y frases subrayadas. El título atrajo su interés: Magia Negra.
Al comprarlo el librero le advirtió: ¡Tené cuidado, no intentes practicarla! Es magia mala. ¡No juegues con fuego!
Lo leía durante las noches y cuando venía su novio o sus amigos lo ocultaba. Descubrió una hechicería para domesticar potencias ocultas, ponerlas a su servicio y obtener “poder” sobrenatural. Lo pretendido sobrepasaba las limitaciones de la naturaleza humana y el orden de la creación, pero estaba dispuesta a seguir.
El ritual permitía adquirir los poderes de la persona elegida, la que inevitablemente morirá. Por su mente fueron pasando nombres diversos. Y finalmente eligió uno: Satanás. ¿Quién más poderoso que él?
Esa noche, sola, corrió los muebles de la sala para disponer de suficiente espacio. Con una tiza dibujó un círculo y colocó velas encendidas en todo su perímetro. Se sentó en el centro para estar protegida e inició la lectura del ritual. A medida que recitaba en voz alta el cuarto se iluminó con tonalidades rojizas, ascendió la temperatura y el respirar se le hizo insoportable por un agresivo olor acre.
Una explosión la encegueció, y cuando abrió los ojos una figura horrorosa la miraba fijamente. Su respiración se detuvo: era el demonio.
La voz profunda y penetrante de Satanás le gritó: “Estás condenada por toda la eternidad, Lucy Phère. El demonio soy yo y nadie me desafía”.
Extendió una de sus pezuñas hacia ella y debajo de Lucy se abrió un insondable pozo por el que empezó a caer.

Guillermo Gerardi

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