lunes, 26 de mayo de 2008

Cuento: El bosque hechizado

Bajé del auto. Empecé a recorrer el bosque bajo la sombra de los eucaliptos y las casuarinas. El sendero, rodeado de una alfombra de violetas silvestres, refulgía con tonalidades azules y fucsias. A los costados, canteras de conchilla abandonadas cubiertas de vegetación. Siete mil años atrás el mar había invadido el terreno dejando depósitos de restos marinos. En un lugar cercano, en una excavación, se habían encontrado tres esqueletos de ballenas azules. Lo llamaban el bosque hechizado.
Era primavera y hacía calor. A medida que caminaba se espesaba la vegetación, con arbustos, cañaverales y algarrobos, propios de la zona.
Ese día no andaba de buen ánimo, me sentía solo y triste. Se cumplían seis meses de la muerte de mi esposa Laura. La extrañaba, habíamos sido una pareja muy feliz.
Un viejo paisano de la zona, Jesús, me había contado que hacía cincuenta años existía allí un puesto de estancia donde vivía el cuidador con su compañera y cuatro hijos. Habían construido una casa de material, un molino y un bebedero. Siendo joven, solía visitarlos de a caballo para comprarles leche, conversar y tomar mate.
Un día, siguió contando, fue a verlos a media mañana, golpeó las manos y se sorprendió al ver que no salían a recibirlo. Desmontó y se acercó a la casa. Frente a la puerta entornada volvió a llamar y empujó. No había nadie. Buscó en los alrededores, nada.
Se fue al pueblo e hizo la denuncia. La policía revisó el campo, preguntó a los vecinos y en la estación de trenes por si alguien los hubiera visto, pero no hubo pistas. Se habían esfumado. Pasó el tiempo y el hecho se fue olvidando.
El paisano no se animaba a volver. Una noche, tiempo después de la desaparición, vio luces en la casa y escuchó risas de chicos. Sin embargo la casa seguía abandonada. Asustado pensaba que algún ser sobrenatural los había hecho desaparecer pero sus ánimas seguían allí. Vinieron a mi mente los relatos de Lovecraft. ¿Sería el dominio de seres primigenios salidos de un antiguo mar que subsistían ocultos en la profundidad del bosque?
En mis ensoñaciones pensaba en la alegría de reencontrarme con mi mujer, aunque más no fuera con su espíritu.
Empezaba a oscurecer, di media vuelta para regresar. Experimenté un decaimiento que me obligó a sentarme. Estaba cerca del antiguo puesto del que sólo quedaban escombros.
Por un momento enmudeció el canto de los pájaros y el zumbido de los insectos. El sendero se iluminó dejando ver una figura que avanzaba hacia mí: una hermosa mujer vestida de blanco. Al acercarse extendió sus brazos y la reconocí, era Laura. Empecé a balbucear: Laura, mi amor, ¿dónde estabas…? ¡Qué alegría, qué alegría! Y el llanto se apoderó de mí. Con los ojos nublados avancé para abrazarla.
De pronto el cielo se oscureció, tropecé con una raíz y caí. Por unos segundos quedé aturdido. Cuando volví en mí, Laura ya no estaba.

Guillermo Gerardi

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