jueves, 5 de febrero de 2009

Con las mejores intenciones

Fue un caso escandaloso, tuvo mucha repercusión a través de los medios. Ahora, cuando nos reunimos en cada aniversario de egresados, nos acordamos de Javier con sonrisas y nostalgia, y nos preguntamos por dónde andará.

Recuerdo el email que me envió revelando que al comienzo casi se arrepintió de lo acontecido, pero los hechos sucedidos y las injusticias que se cometieron le obligaron a continuar con sus planes. Era egresado de la universidad y su familia le había brindado una esmerada educación y principios morales muy firmes.

El episodio tuvo trascendencia pública ya que la prensa lo amplificó chapuceramente; ocurrió en la sucursal de una empresa extranjera, en Buenos Aires. Javier dejó en claro, desde que desapareció, que eximía de toda responsabilidad a sus compañeros de trabajo.

Las cosas ocurrieron así: se presentó en la empresa en respuesta a un aviso donde pedían un Psicólogo, menor de treinta años, para Human Resources. Aunque no tenía mucha experiencia (se había recibido dos años antes) envió su currículum vitae, aprobó con éxito las entrevistas y fue contratado. Su tarea consistía en evaluar y tomar nuevo personal, y asesorar en human relations a los gerentes.

Le dieron a leer un libro pequeño de tapas verdes titulado “Ética de una Empresa”, escrito por su fundador. En esa época Javier era muy idealista y se sorprendió con algunos de sus avanzados principios: respeto por el individuo, trato y atención a clientes, política de puertas abiertas.

Al tiempo descubrió que al Human Resources Manager, su jefe directo, le importaban un bledo esas premisas y maltrataba a todo el mundo. Comenzaron las discusiones. Despidieron a un cadete por un error nimio, él lo defendió pues, dijo, estaba aprendiendo. Su jefe lo empezó a mirar con malos ojos y dejó de invitarlo a los work meetings. A partir de ahí y en dos ocasiones el pulcro cristal del escritorio del manager apareció con malolientes excrementos humanos. Nunca descubrieron al responsable.

Por esas disputas lo “ascendieron” como encargado del depósito de repuestos. Su trabajo consistió en actualizar enormes reports de entradas y salidas de elementos. Unos días después su ex manager dejó de trabajar por varios meses ya que esa noche, al salir de la empresa, fue atropellado por un camión que desapareció misteriosamente. A partir de allí sus empleados lo empezaron a llamar “el paralítico”, aunque progresivamente le fueron retirando los yesos. No hubo pistas, así que no se pudo averiguar qué había pasado.

Me contó que hizo uso de la política de puertas abiertas y pidió entrevistar al General Manager de la empresa para reclamar por el arbitrario cambio de función. Lo atendió su secretaria, una bonita pelirroja. El gerente lo recibió con poca simpatía, estaba al tanto de todo, y aseguró que se ocuparía de su reclamo. Después se enteró que en su legajo informaban de “sus ideas políticas”: era un provocador, un “rojo”, a comunist.

A la semana lo transfirieron como empleado al sector rezagos, donde tuvo que levantar pesadas y grasientas piezas de máquinas, catalogarlas y ubicarlas en estanterías.

Dos días después se armó un gran escándalo ya que el General Manager quedó adherido al sillón de cuero de su oficina: alguien había distribuido generosamente pegamento en el almohadón y el respaldo. No lo advirtió y quedó atrapado. Pese a las amenazas de castigar severamente al responsable nunca se supo quién fue.

Su trabajo en la empresa iba de mal en peor.

Hizo un reclamo, a raíz de un descuento mal liquidado en el sueldo, y así conoció al Account Manager. Se hicieron amigos, sabía de su situación y opinaba era una injusticia. A veces se reunían en su oficina a tomar café. Un día, por el descuido de un empleado, desapareció un maletín con un millón de dólares preparado para depositar en el banco. El escándalo fue descomunal. Se hizo la denuncia en la policía, interrogaron a muchos, sospecharon de algunos, pero no llegaron a dar con el culpable.

Javier tuvo la peregrina idea de dejar crecer su barba y la reacción llegó a la semana: le dieron un plazo tajante para afeitársela ya que “parecía un guerrillero”. Era un mal ejemplo para los demás.

Al mes mi amigo presentó la renuncia pues no estaba dispuesto a trabajar en una empresa donde ocurrían hechos tan irregulares y no se respetaban los derechos humanos. Y desapareció de Buenos Aires.

Me escribió: “Ahora no intenten buscarme, en el momento en que leas esta carta ya no estaré en el país.” Como no quería dañar a la empresa, agregaba, me pedía que notificara, lo antes posible, que no usaran la red de computadoras, ya que se había producido una modificación en el software. Avisé, pero fue demasiado tarde, se habían borrado los contenidos de todos los discos rígidos.

No quiso decirme donde estaba. Probablemente, como el mencionaba en broma, en una isla de Oceanía, en Shangri-La en el Himalaya o quizás en Europa. Sería difícil que Interpol lo encontrara.

Su último email me cuenta que está acompañado de la “Colorada”, la maravillosa pelirroja de veintidós años, ex secretaria del General Manager. Con ella y el millón de dólares están disfrutando de los mejores hoteles y retozan en playas paradisíacas.

Guillermo Gerardi

3 comentarios:

Griselda dijo...

Hola Guillermo
Un gran abrazo!!!

Anónimo dijo...

Hola Guillermo. Me gusta mucho como escribes. Aunque era de esperar el final, lo de que la pelirroja lo acompañara, no lo había pensado.
Un fuerte abrazo,
Marina
Ya no se si lo he mandado una vez o esta es la tercera.... que torpe soy!!!!

Anónimo dijo...

Pero, ¿por qué los que comenzáis un blog lo abandonáis al poco tiempo?

Espero que te encuentres con fuerzas para seguir éste, era muy bueno.
saludos